Chancay era hace no tanto tiempo un tranquilo enclave pesquero y agrícola en la costa central de Perú frecuentado por turistas y por las aves marinas que migran estacionalmente hacia y desde Canadá y Estados Unidos.
Paseando por sus calles junto al Pacífico bajo la bruma pertinaz típica del invierno austral en esta parte de Perú, nada hacía pensar que esta localidad de 63.400 habitantes albergará en pocos años un megapuerto que cambiará radicalmente su fisonomía y se convertirá en un eslabón clave del comercio entre América Latina y China.
Hoy, los lugareños conversan como siempre junto a lo que un día fueron dos muelles de madera y desde las cebicherías del paseo tratan de convencer a gritos al visitante de que su menú es el mejor. Pero desde finales del año pasado un ruido intermitente y violento interrumpe la rutina de los chancayanos, el de las explosiones con los que los operarios aplanan el terreno donde se levantaba un cerro del que apenas queda nada.